Menú Cerrar

La Compañía de Empaques no echó en saco roto sus 75 años

A mediados de los años 30, en un mercado callejero de cabuya, al frente de la cantina El Perro Negro, en pleno Guayaquil, los jóvenes Jaime Londoño Mesa y Luis Horacio Toro comenzaron con un trato de palabra la primera fábrica del país en producir industrialmente sacos de fique para atender la creciente demanda de las trilladoras de café.

El 12 de marzo de 1938, con un capital inicial de 50.000 pesos de la época y unos 60 artesanos adiestrados, se constituyó la Compañía de Empaques. Entraron como socios Ricardo Londoño, Leopoldo Arango y José Julián Echeverri para constituirla como sociedad anónima (S.A.).

Los talentos de Jaime Londoño para las ventas y la gerencia, y de Leopoldo Arango para la técnica de producción, se trenzaron para manejar una empresa que, 75 años después, es más de lo que ellos alcanzaron a ver.

Hoy Compañía tiene activos por 214.000 millones de pesos, emplea a 1.300 trabajadores, es líder del mercado nacional, exporta a 10 países y fabrica a diario 54.000 sacos de fique y 500.000 más de fibras sintéticas a base de polipropileno, entre otros productos.

Pero si hoy ocupa 78 mil metros cuadrados de complejo industrial en Itagüí, esta quijotada empezó en un pequeño local alquilado en Barrio Triste, en la calle Amador con Avenida Ferrocarril.

Allí se instalaron las primeras máquinas enseñadas al yute o sisal, una fibra más gruesa, que fueron modificadas para procesar el fique colombiano. Fueron traídas desde Irlanda en  un viaje de 10 mil kilómetros.

Ese mismo recorrido lo emprendieron antes Londoño y Arango, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. A pesar de los riesgos, era el primer paso para industrializar en Colombia el trabajo artesanal de tejer la cabuya en costales, tradición heredada desde tiempos precolombinos.

Pero fue complejo, como recuerda Cecilia Londoño Arango, hija de don Jaime y madre del actual presidente, Pedro Miguel Estrada: “mi papá contaba que fue un viaje muy luchado, lleno de inclemencias, primero en tren, luego por el Magdalena, para después cruzar el Atlántico y desembarcar en esa isla. Fueron como tres meses de travesía”.

Después don Leopoldo, de overol, tuvo que desempacar los guacales y en jornadas de días y noches ensamblar las primeras cardas, peinadoras, hiladoras y urdidores. Todo, pieza a pieza y sin manual de instrucciones. Por su parte, para don Jaime no había vacaciones colectivas y él se iba con sus pequeños hijos para la fábrica a encender las máquinas o en las correrías por el oriente del departamento a comprar materia prima con los fiqueros.

“Pero no todas las máquinas venían de Europa, sino que muchas se construyeron aquí. Por ejemplo, la de hacer felpa la fabricó don Leopoldo después de ver unas en Costa Rica”, señala el libro Una historia entretejida, elaborado para Compañía por La Hoja de Medellín, en 2004.

Tanto esfuerzo dio sus frutos. La producción crecía, se necesitaban más bodegas, crecían los puestos de trabajo y se sacaba provecho del auge cafetero. La materia de prima llegaba no solo del oriente antioqueño, sino de Nariño, Cauca, Boyacá y Cundinamarca.

Por eso la fábrica se traslada en 1950 al barrio Los Colores, donde estuvo solo ocho años, en vista de los continuos cortes de energía y las dificultades logísticas. Luego se instaló en su sede actual, en la autopista sur.

En medio de la bonanza, la Compañía dio un paso decisivo para su crecimiento en 1965 con la fabricación de fibra sintética producida con polipropileno y también vender sacos para fertilizantes, concentrados y otros usos. Años después, se creó Texcomercial, filial distribuidora y comercializadora de productos propios y externos.

“Tiempos de guerra”
Pero así como crecían las ventas y el área de producción, desde 1954 se fundó y comenzó a fortalecerse un sindicato de base, Sintraempaques, en tiempos que estas organizaciones eran sinónimo de “maldición”. Y, en cierta medida, lo llegó a ser para la Compañía hasta hace 13 años.

De mano de la bonanza de tener la mayoría del mercado nacional, también crecieron las exigencias laborales y la convención colectiva parecía una biblia, como recuerda Octavio Arango Gómez, presidente de Sintrainduplascol, el otro sindicato creado en 1984.

“Hubo tiempos de mucha persecución y estigmatización y, nosotros, a no dejarnos. A los despidos injustificados, el sindicato respondía con saboteos a las máquinas y a la producción. También la empresa contrató gente ‘maluca’ para buscarnos la caída”, recuerda Octavio, vinculado hace 27 años a la empresa.

Eso coincidió con la agresiva apertura económica impulsada por el gobierno de César Gaviria que inundó el mercado de competencia externa, mientras Compañía de Empaques perdía competitividad por sus altos costos de producción.

“A ese punto, la empresa se estaba yendo a pique por la guerra con los sindicatos. Y con la moda de exportar, la empresa decidió a mandar sacos de polipropileno a Cuba —en lo que no estuve de acuerdo— y se descuidó el mercado nacional y nos llegaron dos competencias fuertes”, agrega Pedro Miguel Estrada Londoño, nieto del fundador y vinculado a la empresa desde hace 19 años, cinco como su presidente.

En medio de una economía abierta, solo con 400 trabajadores y una ruina en ciernes, los conflictos laborales crecieron entre unas directivas cerradas a negociar y acérrimos líderes sindicales como Germán Restrepo Maldonado.

Él hacía mítines, huelgas y se subía a las mesas para azuzar a sus compañeros. Incluso, estuvo en la cárcel al llegar a bajar a un directivo de su carro, que estaba en proceso de embargo y lo acusaron de secuestro.

“Pero fue el mismo Germán quien un día me dijo: ‘hermano, estoy cansado de esta pelea que no va a ninguna parte, la empresa está en crisis, hay que bajar la convención y hacer todo para que no se cierre’. Ahí fue cuando todo comenzó a mejorar y la empresa se salvó”, recuerda Pedro Cardona Gómez, actual presidente de Sintraempaques, antes de lamentar que el 12 de agosto de 2010 fuera asesinado Germán por un sicario, en el centro de Medellín.

“Tiempos de paz”
Pero este líder sindical dejó sembrada la resurrección de Compañía de Empaques y unas sólidas relaciones laborales basadas en la confianza y contratos sindicales para que la organización de los trabajadores fuera proveedora de servicios.  Aunque por aplicar esa figura, llovieron críticas desde otros sectores del sindicalismo colombiano.

Entre tanto, la renovación de las directivas dio paso a un periodo de poner la casa en orden, buscar ganar competitividad, abrir mercados, mejorar procesos de producción y gestionar con el Gobierno la reducción de aranceles que hacían juego a la competencia externa y al contrabando.

A diferencia de otras industrias del país, para Compañía de Empaques su mejor época ha sido el último lustro. Y la realidad lo verifica: ventas creciendo a 26 por ciento, altas inversiones en modernización tecnológica, desarrollo de nuevos productos, exportaciones de sacos hasta para empacar café especial en Ruanda (África), así como una fuerte promoción del fique entre 70 mil familias que viven de ese cultivo en 140 núcleos productivos del país. Y, por supuesto, ya son 1.300 empleados con alto sentido de responsabilidad que trabajan de manera eficiente, con bajísimos porcentajes de desperdicio, como si la empresa fuera propia.

Por eso las familias socias, a pesar de los coqueteos de inversionistas extranjeros, después de 75 años de tejer a Compañía de Empaques en épocas buenas y malas, la quieren mantener como una empresa de capital colombiano, así como empezó con la sociedad que Londoño y Toro pactaron al frente de una cantina en el centro de Medellín.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *