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Incluso jugando golf, Robles hacía negocios

«Se quemó Robles. De esa no sale». El negro vaticinio era de sus más cercanos amigos, al ver cómo, un 5 de agosto de 1982, se convertía en presidente de Fabricato, la textilera que había dejado muerta en vida el Grupo Colombia. «Ya verán que sí», dijo herido en su orgullo Carlos Alberto Robles Echavarría, quien ya jubilado obtuvo la fama al salvar la empresa en cuya creación habían participado parientes suyos.

Su fibra textilera es doble. El hijo de José Antonio y María Josefa es tataranieto de Alejandro Echavarría Isaza, fundador de Coltejer. También es sobrino de «los gordos» Alberto y Ramón Echavarría, quienes participaron en la fundación de Fabricato.

El ingeniero recién graduado en Estados Unidos pidió trabajo en esta última firma, pero le salieron con que «aquí ya hay demasiados Echavarrías». Tenía 25 años y fue a parar a Sedeco, planta de Coltejer, laborando en lo que se convertiría en su especialidad: tiempos y movimiento.

Al cumplir los 30 dejó de marcar tarjeta. Abrió su oficina y se consagró a las asesorías. A eso le ha dedicado buena parte de su vida laboral. De sus servicios dejó huella en Ecuador, Venezuela y Nicaragua. En la tierra del dictador Anastasio Somoza tuvo su mayor contrato, por cuenta del panorama de luto y desolación que dejó un terremoto.

Robles se llevó siete ingenieros, entre los 30 y los 70 años, que dormían en la arboleda por miedo a réplicas del movimiento telúrico. La mayoría de sus clientes eran empresas familiares, a las que les decían desde cómo manejarlas, hasta cómo organizar la producción.

Siendo asesor de Cervunión facilitó una asesoría de esta organización a una cervecera nicaragüense, propiedad de Manuel Lacayo. Ahí se ganó el 10 por ciento de los 120.000 dólares que costó el contrato por seis meses. La planta de Lacayo quedó tan buena, que Somoza, también cervecero, se la compró a su competidor.

Siendo asesor de Simesa lo llamó el mexicano Nicolás Zapata, inquieto por el rumor de la venta del 50 por ciento de las acciones que la siderúrgica tenía en Holasa. El empresario paisa hizo el mandado. Fabio Echeverri Correa, presidente de Simesa, le confirmó que sí estaban en esas, porque necesitaban plata para un plan de modernización.

«Le tengo el cliente, pero cobro el 10 por ciento», manifestó Robles, ante lo cual Echeverri Correa le dijo: «pero vos sos empleado». Robles le aclaró: «No, yo soy asesor».

El negocio se hizo y la comisión le alcanzó a Robles para construir una casa.

Sus conocimientos también estuvieron al servicio de Puertos de Colombia, Bavaria, Colmotores, Apolo, Scott Paper (antes Familia), Mecánicos Unidos, Aerocivil y la Imprenta Nacional, entre otras organizaciones.

Su empuje era tal, que a los 36 años se tomó un puesto en la Junta Directiva de Fabricato. Era un «pollo», comparado con los venerables miembros de ese órgano de dirección que pasaban de los 60. La base de la toma fue un poder que le dio una tía suya.

Con Fernando Uribe Senior llegó a la Asamblea y cuando se inscribió «a los viejitos se les abrieron los ojos». Le recomendaron que esperara siquiera dos años más o que aspirara a una suplencia. Nada de eso oyó. Se presentó y sacó al papá de Luis Gabriel Botero, generando, en 1967, un escándalo en el mundo empresarial. Pero llegó y se pegó a la silla, pues en el cargo estuvo más de 20 años.

¿Y para qué sirven las Juntas Directivas?

«Uno oye mucho, coge mucha información y eso da gran experiencia», anota Robles Echavarría. De hecho, a Nicaragua viajaba una o dos veces al año para visitar una planta de Fabricato, hacer amigos y… coger asesorías.

En su hoja de vida están relacionadas las 44 Juntas Directivas a las que ha pertenecido: Pinky, la Andi, Conavi, Fábrica de Licores de Antioquia, Pakita, Minesa, Eafit, la Fundación Paula y Jorge Molina… y un largo etcétera.

Cuando cumplió el medio siglo de vida recogió a su familia y se fue para Estados Unidos a estudiar finanzas y computadores. Estaba rodeado de muchachos y se hizo más amigo de los profesores.

En 1980 volvió al país, decidido a no trabajar más. Su declaración de «me jubilo» le duró poco. «Me metieron en la Junta Cívica para sacar adelante a Fabricato, al lado de José Jaime Nicholls y Gilberto Echeverri Mejía».

La textilera estaba quebrada. En la primera reunión había que pedirle la renuncia al presidente y buscar su reemplazo. «¿Por qué no te encargás de esto por un tiempo?», le dijo «el ratón Echeverri» a Robles, quien le respondió: «Yo soy jubilado».

Finalmente aceptó un encargo por cuatro meses, que se convirtió en una gestión de 11 años. Respaldado por su equipo directivo, el Gobierno, la comunidad y, sobre todo, por los mismos trabajadores, Fabricato superó el concordato y se convirtió en un caso de éxito que Robles se cansó de contar con sus ejecutivos en círculos empresariales y académicos.

En lugar de revivir esa prehistoria, es mejor hacerle justicia a otra de sus facetas: la creación de empresas.

¿Cuántos saben que Robles Echavarría ha sido socio fundador de EMI, Dann Regional, Antonella S.A., Archivos Técnicos, Invamer Gallup, Inversiones Álvarez de Robles, Inversiones Robles E. y Cía; Comexco, Datos y Sistemas, Suma Tres Ltda y Minesa?

Para desarrollar a Invamer Gallup se juntó con Hernán de la Cuesta y Dalia, quienes a los dos años le dijeron a Robles que como él era socio capitalista mejor les vendiera… y les vendió.

Con siete amigos creó a Laborales, una firma de empleo temporal. «Esto no da para tantos», dijo al retornar de un viaje a Estados Unidos y encontrar en la gerencia a William Fernando Yarce. «O me compran o les compro», planteó el empresario. Al final, Yarce terminó comprándoles a todos los socios.

EMI comenzó con la llamada de unos uruguayos que le habían propuesto, sin éxito, un negocio al Sindicato Antioqueño. A Robles le sonó el innovador sistema de emergencias médicas. Los foráneos le propusieron una sociedad 70/30, con dominio de ellos, pero el jugador local les dijo: «aquí en Antioquia funciona el 50/50». ¡Hecho! El reto del empresario era levantar la mitad de 1.800 millones de pesos. Para ello, contactó a diez amigos que, a la postre, se ganaron un buen billete, pues al vender a EMI multiplicaron por más de cinco veces el capital invertido.

La llamada a los amigos también le funcionó cuando dos ex directivos de Aliadas, Fernando Correa Peláez y Álvaro Lobo, le sugirieron el montaje de una financiera. El primero que dijo pago fue José Roberto Arango. Juntos debían levantar 5.000 millones de pesos y el primero en lograr la mitad se llevaba un simbólico premio. Ganó el hombre con gen de textilero.

Entre todas sus empresas la que más le gustó a Robles fue Antonella. La creó con la dueña de Brasieres Haby, una mujer muy emprendedora a la que asesoró para salir de un lío que ella tenía con un socio.

Tres meses después, Robles y Aura Chavarriaga abrieron Antonella y a los siete ya estaban ganando dinero. La tuvieron más de 20 años, en una planta del Barrio Colombia, en la que llegaron a tener 470 personas.

No todo ha sido tan fácil como parece para este hombre, que aprovechaba hasta el juego de golf, en los mejores campos de Medellín y Bogotá, para hacer nuevos negocios.

Para no atormentarlo a él y a sus socios bastaría con recordar que les fue como a los perros en misa en Publicar. Eso, sin embargo, no le quitó el ánimo para seguir arriesgando capital en la finca raíz, los caballos o en restaurantes como Bistró.

Al fin y al cabo, en la oficina de Robles, situada en la Milla de Oro, en El Poblado, los negocios nunca duermen. Ni siquiera ahora, que el buen amante del vino disfruta plenamente de sus 81 años de vida.

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